Por Mariana Grunefeld

LEPROSOS EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA

“La misericordia no es una idea, tampoco una obligación. Nace de un corazón que ve otro corazón y actúa. No interesan los méritos, cargos, simpatía o antipatía. El amor es desinteresado y libre.”

Qué audaz es este Papa. En medio de una sociedad de pequeños jueces donde todo lo juzgamos rápido y con dureza, cuando ya no somos ciudadanos sino espectadores que lo trivializamos y lo relativizamos todo, que rendimos culto a la imagen y a nuestro ego, que valoramos la comodidad y el descanso como sagrados, este Papa se atreve a hablar del amor llamándolo hermosamente "misericordia". Un énfasis que alude a un corazón que se expande, que se derrite y padece con otro.

Francisco ha proclamado que a partir del 8 de diciembre del 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016 este será un Año Jubilar (o Santo) extraordinario dedicado al amor y la misericordia que la define como la "viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia". En la Bula convocatoria se lee con claridad que la "credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso".

Para graficar cuán actual y urgente es este llamado, voy a usar dos ejemplos, dos caras de una moneda que me tocó conocer.

Me reuní con un hombre que una vez fue poderoso y respetado. Cuando lo fui a ver a su oficina, era un paria que me dijo "todavía puedo sentir el vértigo de mi caída". Al recordar ese momento en que se abrió para él un abismo, percibí sus ojos brillosos y también un cierto estremecimiento físico. Aunque habían pasado varios años desde sus errores, su dolor y pena estaban intactos. En Chile los leprosos están en todas partes. Son personas que de pronto cometen un traspié (no me refiero a un delito) y cual reyes midas inversos lo que tocan se pudre. Su imagen contamina y todos evitan el salpique. Al caído nadie recibe, atiende ni menos defiende. Los que sí se acercan son expertos comunicacionales muy bien pagados con un manual de sobrevivencia: no hable, no se defienda, no aparezca (¿no exista?). Los ex amigos en la misma estela de la impiedad, desaparecen, con la idea de que el bienestar propio justifica el abandono y aplastamiento moral de otro. ¿Qué tan inmisericordes podemos llegar a ser?

Para el tsunami del 2010 la comunidad de familias de Santa Clara en Talcahuano fue arrasada por el mar. Quedaron con lo puesto, sin muebles, casas ni calles. El mar como una juguera derribó, molió y mezcló todo. Las fábricas conserveras y de harina de pescado caídas a un costado de la población, inundaron el barrio con amoníaco y metales pesados. Colapsó el alcantarillado y el excremento con el sedimento marino se juntaron para hacer un barro resbaloso. Cuando meses más tarde se distribuyeron casas nuevas, la señora Lidia la rechazó. Aunque tenía sólo una mediagua y había luchado tanto por su terreno, cuando le consiguieron una vivienda, insólitamente la cedió. ¿Pero qué estás haciendo?, le dijeron, ella entre lágrimas contestó, "será para otros que la necesiten más que yo".

Nos hemos olvidado de la misericordia, aunque todos podemos ejercerla y convertirnos en reyes generosos. No hay quien no pueda regalar algo y quien no tenga una necesidad. La misericordia no es una idea, tampoco una obligación. Nace de un corazón que ve otro corazón y actúa. No interesan los méritos, cargos, simpatía o antipatía. El amor es desinteresado y libre. Nos hemos olvidado de amar así, gratuitamente, no como una transacción sino como Dios nos ama.

Pienso que una de las causas es que tenemos una idea de Dios, una idea de lo justo, una idea de lo verdadero, una idea del mundo, pero nos mantenemos lejos de las experiencias de fe, de vida y de las personas. ¿Cómo amar si no es en un tú concreto?, ¿cómo dar si no me expongo y todo queda en el papel?, ¿cómo salir de mí sí me siento cansado o incomodado? Además no nos gusta sabernos o parecer necesitados. Estamos llenos de panoramas, de visitas, de opiniones, de manías, de juicios, de trabajo, de cosas. Estamos "copados". ¿Cómo podría entrar ahí ese Dios misericordioso?, ¿cómo podemos mostrarlo si desconocemos el regalo de ser amados y perdonados en nuestra debilidad?

En este año jubilar a cada cristiano se nos plantea un desafío no menor, salir de nosotros mismos para escuchar, ver y valorar al otro, hacerlo de un modo cada vez más amplio para llegar más lejos, vaciando nuestro corazón y cabeza repleto de respuestas e inundándolo de ternura.