Por Natalia Arévalo

LA MISERICORDIA NACE DE LA CONCIENCIA

“…la misericordia nace de la conciencia de que hemos sido amados profundamente, y que Dios nos ha colmado de tal modo con sus dones, que no podemos más que responderle amando y saliendo al encuentro del prójimo.”

Cuando pienso en el Año de la Misericordia, lo primero que recuerdo es esta situación, que ocurrió en una parroquia de Estación Central: estábamos un grupo de voluntarios con una comunidad de base tomando desayuno, planificando una actividad pastoral, cuando de pronto llegó una mujer con su hijo a mendigar un vaso de leche. Con mucha pena tengo que reconocer que ninguno de los que estábamos ahí supimos reaccionar muy bien. Los recursos no eran nuestros y ciertamente algunos miembros de la comunidad se sintieron invadidos por la presencia de los recién llegados. No podíamos ponernos de acuerdo, cuando una mujer saltó a reprendernos a todos juntos, ¡y vaya qué mujer fue quien puso la cuota de Evangelio sobre la mesa! Esta persona, que ha vivido mucho tiempo en situación de calle con lo mínimo para sobrevivir, y que carga con serios problemas siquiátricos, nos hizo una clase magistral con una lucidez muy oportuna. Dijo "¿cuál es la gran diferencia entre esta señora y ustedes? Que ustedes han tenido la gracia de contar con personas y recursos, mientras que ella ha quedado sola". Acto seguido, tomó al niño con su mamá, se los llevó del lugar, y usó el dinero que había mendigado para comprarles un desayuno.

¿Qué hay detrás de esta historia? ¿Por qué sacarla a flote al inicio de este año jubilar? Porque en la raíz de ella se encuentra un punto clave para comprender lo que estamos llamados a vivir: la misericordia nace de la conciencia de que hemos sido amados profundamente, y que Dios nos ha colmado de tal modo con sus dones, que no podemos más que responderle amando y saliendo al encuentro del prójimo. Al recorrer nuestra existencia podemos constatarlo: tenemos una familia que nos quiere, una comunidad eclesial que nos acompaña y alienta en la experiencia de fe, hemos recibido alimentación, educación y al final de un día laboral sabemos que llegaremos a nuestros hogares a descansar en una cama tibia. Todo esto no es tan obvio cuando vives en un campamento, has quedado en la calle o eres un inmigrante en situación irregular; entonces, al reconocer este hecho ponemos la base que nos lleva primero a vivir con gratitud los dones que hemos recibido a la vez que constatamos la responsabilidad de salir como el buen samaritano a buscar a aquellos que han quedado en el camino, heridos en su dignidad de hijos de Dios.

"Misericordiosos como el Padre" es la invitación que mueve a mirarnos con la ternura de los ojos de Dios, siendo signo vivo de la misericordia a la que nos llama el Evangelio y nos mueve a trabajar por nuestro prójimo. Por sobre nuestras propias pequeñeces, por sobre la culpa e incluso el narcisismo que nos podrían enceguecer a veces, es la misericordia la que alimenta el anuncio cristiano. En estos tiempos de dudas y desafíos, un buen ejercicio sería mirar a las primeras comunidades cristianas, aprender de su ejemplo para que nuestro testimonio principal sea el amor con el que nos tratamos unos a otros.